viernes, 11 de abril de 2008

Aquí estamos nuevamente, chuleadísimos. En nuestro segundo encuentro del viernes de la semana pasada, confrontamos – por iniciativa de nuestra chuleada Lucía – un artículo de Pablo Accinell y Claudio Iglesias aparecido en el último número de la revista Planta (“El problema real: arte político desde el espacio exterior”) con el dossier que, bajo la dirección de Ana Longoni, Daniela Lucena y Julia Risler, publicó Ramona en su n° 73 (agosto de 2007).

La confrontación era inevitable, en tanto el texto de Accinelli e Iglesias pretende, precisamente, cuestionar los argumentos y las reflexiones desarrollados por los investigadores en ese dossier de Ramona. El tono arrogante y la agresividad irónica de “El problema…” que incomoda al lector desde un primer momento suscitó una reacción inicial de crítica en los Chuleados. En efecto, en el artículo la polémica teórica planteada por Ramona resulta un tanto trivializada o, al menos, simplificada en sus términos hasta asumir lo que parece ser – y, lo sentimos, vamos a volver al éter supralunar – una disputa simbólica al interior del campo artístico. Enunciados como

“su [de los académicos] desdeño con respecto a la situación de las instituciones reales es tan grande como su menosprecio de los artistas que efectivamente estudian, trabajan y exhiben (esos que, genéricamente, “muestran en arte BA”)

denotan un cierto rencorcillo que parece reclamar para sí la atención de teóricos y críticos.

En verdad, ¿no se trata sólo de una agenda alternativa y más adecuada a su concepción de arte la que proponen los autores del dossier? Algo de esto aparece cuando cuestionan la omisión en los análisis de

“el arte que efectivamente encuentra circulación y recepción (lectura y mirada) y por otro, el arte político bienalizado, revisteril y tecnsoférico a que nos tienen acostumbrados ciertas figuras de elenco crítico y universitario local”.

Por otro lado, ¿cuál es la demanda que realizan a los teóricos y a los críticos? ¿Un relato descriptivo que dé cuenta de la diversidad de muestras y exposiciones que se presentan en museos y galerías? Y, además, ¿debemos excluir de este panorama al arte explícitamente político? ¿De acuerdo a qué criterios determinamos la producción artística sobre la que vale la pena pensar y aquella que no resulta relevante? Esta es precisamente la pregunta sobre cuyas posibles respuestas no dan pista en ningún momento. Instan al resto a “dedicarse a lo que existe…”, criticando que “a la hora de lo real se elije mejor lo proyectual, los puntos suspensivos”, mientras que en su artículo no se desliza ninguna propuesta concreta, sólo se mencionan algunas obras de las que no se ofrece ningún dato ni interpretación, ni tampoco se explicita alguna propuesta sobre cómo comprender esta relación. Sí se encargan, en cambio, de negar varios tópicos y formas de la relación arte y política: lo testimonial, la crítica institucional, la articulación doctrinaria; no se ve en el texto ningún tipo de propuesta más que “considerar la coyuntura” comprender las instituciones concretas, y “analizar obras de circulación real”, limitándose a “aconsejar” procedimientos que a nosotros nos generan, por lo menos, dudas:

- “dilucidar si se apunta a la enunciación política real o a la simple acción de estar del otro lado y punto…

- y lo más importante, sería mostrar los resultados de estos grupos, no formales sino de contenidos generados… qué dejaron estas acciones en los otros…”

¿Cómo distinguir una enunciación política real de otra que no lo es, especialmente, si aceptamos que la posible aparición de esa política “real” al interior de las obras sólo acontece a través de la mediación, es decir, en un pasaje que nunca es directo?

¿Es que tenemos que valorar al arte por sus efectos; o peor, por los contenidos que “genera”? ¿Cómo medir las acciones generadas en los espectadores? Buscar ese tipo de efectos en el arte, ¿no es equipararlo a otras formas de acción política, anulando sus diferencias con otros ámbitos de lo social y omitiendo el potencial que reside precisamente en su especificidad? Es así que la acusación de contenidismo que los autores realizan contra quienes escriben el dossier parece volverse contra sí mismo gracias a la ambigüedad del concepto de “politicidad” que manejan en el texto.

La impugnación del “pseudoproblema de la institucionalización” que, según Accinelli e Iglesias, obsesiona a los intelectuales en su “ombligo teórico anticapitalista”, implica una negación pragmática de toda abstracción que ponga en crisis el sistema artístico tal como efectivamente funciona. Al parecer se reclama una suerte de receta práctica que indique a los artistas cómo hacer uso de esas instituciones sin renunciar a su potencialidad transformadora. ¿Es vano, entonces, todo intento de reflexión que se refiera a una dimensión filosófica de los conceptos y de los problemas?

Más allá de estos desacuerdos que nos distancian del texto de Planta, encontramos varias ideas productivas que suscitan, si no el consenso, al menos un examen de conciencia en torno al rol de teóricos del arte. Sobre todo, abre la posibilidad de pensar nuevos temas y problemáticas que excedan a los ya consagrados por la institución – lo sentimos – académica. Por otra parte, compartimos la observación respecto a la realidad del público de arte,

“los habitués de arte contemporáneo [que] en esta ciudad tienen inclinaciones muy lejanas a reflexionar en torno de la posibilidad de la acción política por medios estéticos, por lo menos con el tono que asumen estos textos. Al ir a una inauguración, poco y nada escuchará sobre estos temas: más bien recibirá información, abundante, sobre blogs y fotologs, sobre la "belleza", sobre artistas que exponen todos los días, sobre ventas, sobre si lo contemporáneo viene después o adelante, si se ubica arriba o debajo de lo moderno, entre numerosas reseñitas de dos párrafos firmadas por "curadores" y "críticos" y, por último, allá muy lejos, la política.”

Este diagnóstico, sin embargo, no nos persuade de la necesidad de adecuar el pensamiento teórico hacia estos temas que preocupan a los espectadores, sino, por el contrario, nos vuelve a ubicar frente a la cuestión de las instituciones y la mercantilización artística…. La política en y del arte.